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¿Es mala la ansiedad?… Conociendo para entenderla

La ansiedad es una de esas palabras que se volvió cotidianas en nuestro medio. Incluso muchas veces encontramos niños pequeños, en sus primeros años escolares que hablan de la ansiedad como si fuera una enfermedad del día a día. Pero, quizá conocer un poco lo que ella significa nos permita verla como algo más amistoso de lo que parece.

La ansiedad realmente, más que un problema, es un regalo de la naturaleza de los seres vivos, puesto que es una respuesta ante una amenaza reconocida; de hecho, lo que realmente genera esta respuesta es precisamente el sentirnos vulnerables ante aquello que se identifica como un riesgo, como un peligro para nosotros mismos.

La ansiedad no es simple, sino una respuesta algo compleja, puesto que puede descomponerse en tres elementos básicos: lo fisiológico, el comportamiento voluntario y la parte más intensa, el componente de pensamiento (también llamado, elemento cognitivo de la ansiedad). Conocer es el primer paso para aprender a manejar las situaciones, y la ansiedad no es una excepción a la regla.

Para entender un poco el sentido de la ansiedad, podemos comenzar por decir que ésta tiene un fuerte componente físico (fisiológico si se quiere ser un poco más técnico); por esta razón, cuando aparece algo que podría ser peligroso, pareciera que nuestro sistema de “defensa personal” activa todo nuestro ser para enfrentar dicha amenaza, y como tal, prepara el cuerpo para luchar o huir: el corazón bombea más rápido la sangre, de manera que los músculos puedan tener la fuerza para afrontar el problema (o correr, en el mejor de los casos); de igual manera, la respiración se hace más fuerte, de manera que llegue más oxígeno al cerebro, de manera que podamos pensar mejor (por lo menos es la expectativa). Disminuye la necesidad de comer, se dilatan las pupilas para permitir una mejor visión del entorno, con más detalles de lo común; y los músculos se tensionan, para preparar el encuentro con el riesgo inminente. Lo desafortunado es que, en ocasiones, estos peligros no son materiales y externos, sino que hacen parte de la construcción misma que hace nuestra mente (pero de ello ya hablaremos más adelante cuando mostremos la parte cognitiva o de pensamiento).

El otro componente de la ansiedad es el comportamiento, la conducta, o lo que podría llamarse también, la parte motriz de la ansiedad.

En este sentido, existen dos comportamientos generales que pueden presentarse ante un peligro: la lucha o la huida (de hecho hay peligros donde es preferible correr como la mejor opción); tal vez alguien podría decir que hace falta otra opción, que implica “quedarse paralizado”, pero es más bien la excepción a la regla, puesto que ante un peligro las alternativas tienen que ver con vencerlo o esquivarlo, lo cual resulta necesariamente más sano y adaptativo.

Estas dos condiciones de la ansiedad son las más claras de reconocer, puesto que desde el relato de las personas o desde la observación misma de ellas, se nota cuando una persona es presa de la ansiedad; además, en muchos de los casos, nosotros mismos podemos identificar esos peligros a los que las personas se enfrentan: animales peligrosos, amenazas contra la vida, desastres naturales, entre otras situaciones. Pero existe un tercer componente de la ansiedad, no menos importante, pero menos visible por fuera de las personas, y es lo que tiene que ver con el pensamiento.
Nuestra mente es maravillosa, y puede crear las más bellas imágenes del mundo, las ideas más brillantes, o los temores más grandes (incluso sin fundamento, porque el cerebro tiene poco sentido de realidad en ocasiones, y se cree todas las historias que le contamos); la prueba más clara de la acción de la mente, es la respuesta de muchas personas después de asistir a una función de una película de terror: conscientemente saben que son actores, que es una historia de ficción, pero cuando en medio de la noche hay un ruido extraño en la casa, lo primero que se teme es que surja de la nada el espanto de la película que acaban de ver (si no lo creen, pregunten a sus amigos y verán las respuestas que se encuentran tan particulares).

Pero, más allá de la creación que pueda hacer nuestra mente frente a la ansiedad, ella tiene una tarea importante, y es la evaluación del riesgo, en comparación de nuestras propias capacidades para enfrentar la amenaza; de esta forma cuando la ecuación nos deja en desventaja (y nos percibimos con menos capacidad o reconocemos la amenaza como “terrible”, “insoportable” o “totalmente peligrosa”) allí surge la ansiedad con mayor intensidad. De otro lado, cuando la visión de mi propia persona es positiva, fuerte y superior, la ansiedad deja de ser tan “insoportable”, y puede incluso llegar a ser un motor para la acción, un incentivo para enfrentar el temor.

Con esta visión, es claro que no podemos vivir sin la ansiedad, puesto que ella se convierte para nosotros en una alarma, en una parte de nuestro sentido de supervivencia, en una herramienta que nos permite la adaptación. De esta manera, cuando nuestro ser se da cuenta que hay una situación o elemento de riesgo en el medio, se activa nuestro sistema nervioso (prepara el cuerpo para la lucha o para escapar rápidamente), analiza rápidamente la situación, y nos lleva a tomar una acción (actuar frente al peligro, sin mucho pensar).

¿Cuál es entonces el mayor problema de la ansiedad?

La mayor dificultad se encuentra en la ansiedad cuando se torna superior a nuestro control, cuanto limita nuestras acciones, cuando se convierte en obstáculo para nuestro desempeño. Y ello generalmente se da cuando anticipamos más fracasos que éxitos, cuando nos vemos a nosotros mismos incapaces, y cuando dejamos que la tensión y los pensamientos de fracaso se apoderen de nuestros días.

Nadie dudaría que la ansiedad nos protege de saltar a un rio caudaloso, si no sabemos nadar con suficiente destreza

ninguna persona podría ser acusada de “cobarde” si se enfrenta a una manada de lobos hambrientos que amenazan con convertirlo en su cena; nadie duda que se requiere de temor para asomarse por el balcón de un apartamento en el piso 28 de un edificio, de manera que ello lleve a tener precaución para no caer. Sin embargo, muchos de los temores de las personas son más una construcción de la propia mente, sin asiento en lo real, sino en lo imaginado de las consecuencias negativas.

Los seres humanos aprendimos a temer la evaluación de los demás (temor al “qué dirán”); aprendimos a temer las consecuencias de defender nuestros derechos ante los demás (temor al “rechazo”); nos enseñaron a temer a lo incierto, a lo que no controlamos en su totalidad. Y sin esa ansiedad tal vez podríamos vivir más tranquilos, pero la cultura, la familia, la sociedad nos ha enseñado a temer a múltiples cosas que no siempre tienen razón de ser.

La mayor ventaja, es que somos lo suficientemente inteligentes para aprender nuevos caminos, y estrategias que nos hacen fuertes para enfrentar la vida cotidiana.

A veces sólo necesitamos de la llamada “fuerza de voluntad”. En ocasiones con ayuda de personas cercanas, y en otros momentos, con la orientación de un profesional que nos facilita algunas estrategias para un mejor afrontamiento de las situaciones temidas.

Sea como fuere que trabajemos por fortalecer nuestras habilidades para tener la ansiedad bajo control, lo importante es saber que hace parte de nuestra vida, y que al igual que muchas de las cosas que tenemos en lo cotidiano, “lo realmente dañino es el exceso”.

Gabriel Jaime Ramírez Tobón
Psicólogo Especialista en Terapia Cognitiva
Especialista en Trabajo Social familiar
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